miércoles, 9 de mayo de 2012



Cinco Buenos Aires


I
Mi amor es este augurio destruido,

y la acumulación de voluntades

fáticas, si mi amor es mil edades

en este cuerpo solo y desvalido.

Mi amor, lo sé, te ha muerto y te ha vivido,

te ha echado hacia peor las soledades,

te ha escampado un cielo a tempestades,

te ha soltado y luego te ha seguido.

Soy yo -también- quien goza la desgracia

de la sorpresa diaria y olvidable,

soy yo quien sólo ostenta idiosincrasia;

soy yo este funesto hombre triste

de frente a su futuro miserable:

querré lo que rompí, y ya no existe.

II

Aquí la terca voz, la despreciada

noticia de una lágrima en el suelo,

aquí la fe insensata donde suelo

calmar mi vanidad, soltar mi espada;

aquí esta miseria irreprimible,

este desdén planeado, este soneto,

la métrica apremiante, el decreto

que avala el rey: el uno indivisible.

Aquí, aunque no muera, este suicidio

a punto de ocurrir, aquí el pasado

descomunal, las veces que el fastidio

me ha derribado el mundo, aquí la mierda

de no volver jamás a donde he estado;

aquí mi eternidad, mi muerte lerda.

III

Por esta escasa hombría han desmentido

partidas, alegrías, pretensiones,

drásticas palabras, correcciones,

toda esta soberbia. Han decidido

cortar por lo delgado mi desplante,

quitarle a esta fecha su ironía,

cambiar el calendario y dar al día

el velo de la inercia redundante.

Mas vos y yo sabemos con cuidado

que ahora y siempre iremos describiendo

posdatas que aprisionen nuestro pacto:

a vos te falta un beso que he olvidado;

carezco yo del sol amaneciendo,

de tanta plenitud, de tanto tacto.

IV

El límite no existe o he podido

cruzarlo con las letras que te nombran.

Son vanas pretensiones; si te asombran

-y acaso logro eso-, te has mentido.

Quizá crucé la arteria que ordenaba

mis bártulos y deba dar la vuelta;

quizá encontré tan fácil la resuelta

cuestión de fe que mucho nos amaba.

Ahora, echado al miedo, este olvido

imprescindible ha dado con mi casa

y raptará los hijos que he tenido;

yo moriré, ahora o cuando quiera,

y vos verás en mí un tren que pasa,

vehemente, por un andén cualquiera.

V

Antes, en el tren, hubo un principio.

Hoy ni hay después, ni hay todavía.

Hallé neón adonde debería

hallar otra llanura, pampa o ripio.

Antes, si es que hay antes, los diluvios

fueron desde aquí hacia el sustento

de otra soledad. Ahora hay vento,

plástico, metal, mechones rubios.

Nada, ni el recuerdo me ha quedado,

ni esa impunidad que tiene el frío

cuando no traerá el cielo despejado.

Nada, ni los sueños que he forjado

en el lugar que nunca será mío:

el Buenos Aires lento y desolado.


Autor: Bruno Cappello

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